Voy
por una carretera recta y los kilómetros parecen echarle un pulso al sol a
punto de esconderse. Detrás dejo mi vida entre semana: las prisas, el
despertador, los compromisos…
Avanzo
hacia un horizonte vacío, o lleno de nada. Hacia la paz y el oxígeno.
Para
mi hablar contigo era coger esa carretera y llegar en milésimas de segundos al lugar
de despeje. Desconectar de la espiral durante unos minutos y recordar que siempre
podré poner ese rumbo y ver esta vida desde lejos.
Hablar
sobre nuestros sueños era para mi la prueba de que hay infinidad de colores entre
el blanco y el negro, era mi fe en las promesas del siempre.
El
tiempo nos va dejando poca tregua y se come los días, los meses y los años. Vivimos
ante mil estímulos y cambios que van tan rápido que no nos da tiempo a evaluarlos
en nosotros. Y de repente somos alguien diferente, y no sabemos muy bien por qué.
Por eso es tan importante mantener cerca a los que conocen tu esencia. Que te
la recuerden, recordarla a su lado.
Me
gusta detener un poco el tiempo en los recuerdos que me han hecho feliz, saborearlos y cuidar lo que permanece para que se repitan y sigan
acompañándome. Para que me sigan definiendo y hablen de mí.
Seguiré cogiendo esa travesía cuando lo necesite y recordaré lo que aprendimos juntos y las cosas pequeñitas que nos hacían ser diferentes al resto del mundo. Las seguiré buscando en cada lugar y persona nueva que conozca porque esos matices forman la mejor parte de lo que soy hoy en día.
Dejo esto sin final, porque aún no lo he aprendido...
Dejo esto sin final, porque aún no lo he aprendido...