Te aprendí de memoria sólo por si acaso.
Porque sabía que pocas veces iba a ver unos ojos así, que consiguieran sonreír.
Esas expresiones tan vivas, tan tuyas, los pliegues que el tiempo fue tallando
en tus manos…
Te veo pidiéndome que me aprenda una canción y
que te la cante todo el tiempo. 
Resguardándome de las broncas de papá y mamá
diciendo que todo ha sido culpa tuya.
Te veo comiendo chocolate, siempre “del que
está envuelto en papel rojo” y ofreciéndomelo sólo si no se lo digo a nadie.
Te veo con un reloj viejo contando cuanto
tiempo tardo en dar una vuelta al pueblo en bicicleta. 
Te veo saliendo por tu puerta verde
Sentado en ese banco, leyendo el periódico
Te veo mirándome con tu sonrisa de pillo
Te veo montando en tu vieja bicicleta
Y reavivando la lumbre para que no se nos
enfríen los pies. 
Te imagino saboreando la cerveza
Mirando la tele sentado a veinte centímetros
escasos de ella
Apagando “el aparato de los oídos” si gritamos
porque estamos discutiendo
Te estoy viendo allí lejos, entre el cielo y
el suelo, mirando la sierra, adivinando el tiempo de mañana, contando las horas
de sol, disfrutando el olor de la paja seca, sumido en tu vida tranquila como un elemento más del paisaje.
Me quedan aún las gracias por habernos descubierto tu paraíso secreto, y la felicidad que esconde dentro... estos días lo habrías visto con tanta vida que te costaría reconocerlo. 
Cuídate, viejito
te echamos de menos.
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