viernes, 11 de octubre de 2019

Unknown


Voy por una carretera recta y los kilómetros parecen echarle un pulso al sol a punto de esconderse. Detrás dejo mi vida entre semana: las prisas, el despertador, los compromisos…
Avanzo hacia un horizonte vacío, o lleno de nada. Hacia la paz y el oxígeno.

Para mi hablar contigo era coger esa carretera y llegar en milésimas de segundos al lugar de despeje. Desconectar de la espiral durante unos minutos y recordar que siempre podré poner ese rumbo y ver esta vida desde lejos.
Hablar sobre nuestros sueños era para mi la prueba de que hay infinidad de colores entre el blanco y el negro, era mi fe en las promesas del siempre.

El tiempo nos va dejando poca tregua y se come los días, los meses y los años. Vivimos ante mil estímulos y cambios que van tan rápido que no nos da tiempo a evaluarlos en nosotros. Y de repente somos alguien diferente, y no sabemos muy bien por qué. Por eso es tan importante mantener cerca a los que conocen tu esencia. Que te la recuerden, recordarla a su lado.

Me gusta detener un poco el tiempo en los recuerdos que me han hecho feliz, saborearlos y cuidar lo que permanece para que se repitan y sigan acompañándome. Para que me sigan definiendo y hablen de mí. 

Seguiré cogiendo esa travesía cuando lo necesite y recordaré lo que aprendimos juntos y las cosas pequeñitas que nos hacían ser diferentes al resto del mundo. Las seguiré buscando en cada lugar y persona nueva que conozca porque esos matices forman la mejor parte de lo que soy hoy en día.

Dejo esto sin final, porque aún no lo he aprendido...