domingo, 14 de febrero de 2016

Los valientes


"Si saco algo bueno del día de hoy, es haber recuperado un poco la fe en esto."

Usé esta foto y ese pie de título en Instagram hace poco menos de un año, como símbolo de lo que sentí aquel día entre la brisa de la recién estrenada primavera bilbaína: mi fe, después de meses desquebrajada, revoloteó un poco.

No hablo sólo de fe en el amor, ni en sus mil maneras distintas. Me estoy refiriendo a la fe en la complicidad, en el compromiso, en el pase lo que pase, en la medida justa del ser compañero.

Las dos personas que tenía enfrente estaban luchando batallas por separado y lo único que tenían para sobrevivir eran sus ganas de mantenerse unidos, el aliciente de seguir navegando en su barco y de celebrar años juntos. Esa ilusión compartida puede que sea uno de los motores más grandes de la vida, y así lo aprendí yo.

Probablemente el sabor de esta victoria de la que hablo, no es nada comparable a lo que yo haya podido vivir hasta ahora. Cuando tenía en frente sus manos unidas, mi mente rebobinaba en el tiempo para recordar las veces que había sido cómplice de esa fuerza invisible que ambos compartían: ellos se miraban distinto, eran como niños eternos imposibles de no ser felices juntos.
Puede que tardase menos de treinta segundos en saldar lo que se me estaba moviendo por dentro.

No tenía duda. Su motor era él.

Y viceversa.

Paradójica la fecha señalada de hoy (14 de febrero), que es el día en que las personas que más he visto quererse en la vida, tienen que separarse.
Y soy incapaz de terminar esta historia. Porque quiero que mi  fe siga agitada gracias a estos recuerdos, y quiero también creer que el adiós no puede tener lugar en su diccionario de dos.

Yo los veré cada vez que mire esta foto y todas las demás, mantendré la ilusión que ambos tejieron y esas ganas de aferrarse a la vida, y serán el mejor ejemplo de que el tiempo no todo lo desgasta, sino que es al revés: el tiempo los ha convertido en lo que para mi es el vivo reflejo de la palabra Siempre.