Hablando se entiende la gente, y también se la conoce un poco más de lo que lo hacíamos antes. A esta conclusión llegué cuando hace unos años, cuando no alcanzaba el metro y medio de altura y tenia la cabeza aún más llena de pájaros que ahora le pregunté a mi padre cual de la infinita cantidad de nombres que existen era el que más le gustaba.
En su constumbre de divagar, mi padre dijo unos cuantos, y de pronto, dejó de hablar unos segundos... - ...Madrid. Madrid me parece un nombre precioso.
Ese fue uno de los momentos más extraños de mi vida. Por primera vez me di cuenta de que la ciudad en la que yo estaba acostumbrada a pasear, cuyos rincones me empezaba a saber de memoria, en esa ciudad donde empezaba a estrenar y a gastar el comienzo de mi existencia, mi padre era un extranjero.